Bernardo Colipán

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Para leer a mitad de la noche

Hace inexactamente un par de años, un par de meses y un par de días Bernardo Colipán, poeta mapuche de hablar a veces enigmático, amante de su esposa, de sus hijos y de su pueblo, sintió que se moría. Pero no se moría físicamente sino de pena y de rabia. En ese entonces estaba investigando sobre la Matanza de Forrahue, ocurrida el 19 de octubre de 1912, 15 kilómetros al oeste de Osorno. Un golpeteo incesante se apoderó de su cuerpo y espíritu. Sintió que tenía que hacer algo sobre aquella lejana y, a la vez, cercana matanza. Tenía que escribir. Tenía qué descubrir qué pasó aquella mañana lúgubre de 1912. Y como un extraño a mitad de la noche -y con una vela en el centro del bosque- caminó. Sin mayor orientación que las estrellas arriba luminosas. Sintió voces. Olor a pólvora. Viento que movía ramas y arbustos. Pero aún así se sintió seguro en ese caminar literario sobre su pueblo y sobre sí mismo.

Una hebra de cabello del cacique Antiñir

– ¿Cuánto vale ese duende?- pregunta un niño llamado Likan Amaru Colipán.

– Veinte pesos- responde la dependiente del negocio en Bariloche.

– Pucha papá. Es tan real, pero sólo tengo diez pesos- se lamenta el niño junto a su progenitor.

– Bueno, yo pongo la diferencia pero me dejas jugar con él- exige su padre, el poeta Bernardo Colipán.

– Trato hecho- dice Likan.

Y compran el duende.

Un par de meses después un amigo de Likan Amaru visita la casa.

– Los duendes tienen mucha fuerza- le cuenta pícaramente Likan a su amiguito.

– Sí, son seres extraordinarios- responde el pequeño que no debe superar los diez años.

– Vamos, te quiero mostrar una cosa- le señala Likan a su amigo. Los niños enfilan a una sala. Luego de un momento se escucha un grito y unas sonoras carcajadas.

Likan ha introducido a su amigo en una oscura sala y con una linterna ha alumbrado al arrugado duende que yacía en una esquina. El ingenuo montaje ha sido idea de los Colipán, padre e hijo. El niño invitado ha terminado riendo con la broma, no sin antes llevarse un susto.

Ese es el ambiente que se vive en la casa de Bernardo Colipán, poeta mapuche volátil, comprometido, y nacido en el barrio de Rahue allá por el 1967. En esta casa, ubicada a pasos de la brumosa avenida César Ercilla, nunca hay motivo para dejar de sonreír. Y sí lo hay se supera rápidamente.

La esposa de Bernardo ha tenido que salir así que el televisor quedó encendido emitiendo un típico programa familiar sabatino. Mientras tanto su hija, en la cocina, prepara unas deliciosas empanadas fritas de carne. Carne picada a cuchillo por supuesto. Ella está escuchando radio La voz de la costa. Los sonidos confluyen provocando una expulsión extraña. Un lenguaje de Babel, de Sumatra, de un barrio osornino.

Con Bernardo bebemos una cerveza. Me cuenta que viene llegando de una actividad relacionada con un ejercicio de memoria y me lee una carta de una niña mapuche de 13 años enviada a las futuras generaciones, quienes la leerán en 50 años más. La carta es simple y bella, muy emotiva y Bernardo se enorgullece de su pueblo. Lo que él desconoce es que mucha gente se enorgullece de él. Que hermosa es la familia del poeta Colipán, que cariñosa. Nunca nos habíamos visto, menos conversado. Supongo que así son los osorninos de verdad. Gente humilde, gente buena. Pero también gente pensante y pro activa.

– ¿Crees que puede haber autonomía mapuche? ¿Un Estado mapuche?- le pregunto a Bernardo Colipán Filgueira.

– Sí, por supuesto. Yo trabajo para eso- responde convencido este profesor de Historia y Geografía osornino, becario de la Fundación Ford, y Maestro en Estudios Latinoamericanos por la UNAM, quien escribe poemas como éste:

Se te advirtió que tengas cuidado

Cuando emigraste Arnoldo de San Juan de la Costa

Para hacer tu servicio militar en la ciudad.

En el potrero se echó la vaca de la angustia.

Se te dijo que la vida en la ciudad

era una gallina de espinazo pelado

de tanto ser pisada por el gallo del destino.

SE TE ADVIRTIÓ QUE TENGAS CUIDADO.

Pero ascendiste en las laderas de lo esencial,

cambiaste a la Rosita Rupailaf por la Lulú Salomé.

Titubeaste en los barrancos de lo sustancioso.

Para después caer como un terrón de tierra

LUEGO

NO QUEDO MÁS

QUE JUNTAR TUS PEDAZOS.

Nunca se olvidará el día que volviste al campo.

DE TU ROSTRO PÁLIDO RESBALÓ UNA LÁGRIMA DE ALQUITRÁN.

Comarcas: Un Far West en la pacificación.

Colipán ha publicado, junto a Jorge Velásquez,  Zonas de Emergencia Antología crítica (Poesía Joven del Sur de Chile). Ediciones Paginadura, Valdivia,1994. A ello siguió Pulotre: Testimonios de vida de una comunidad huilliche 1900 – 1950 . Editorial Universidad de Santiago, Santiago, 1999. Arco de Interrogaciones. Editorial Lom, Chile, 2005, Forrahue : Memoria de una matanza, 1912.Chile, 2012, y el último es Comarcas (Poesía),Premio regional de poesía, Chile,2013.

«El libro Comarcas está escrito en una voz femenina. El personaje principal es una prostituta. Ella va armando y entregando memorias individuales, va incorporando y va construyendo el perfil del poeta pero también de la comarca, del contexto de fines del siglo XIX». Y Bernardo continua explicando ese contexto: «Guerra de la Pacificación y postguerra de la Pacificación. De ahí va visualizando a los sujetos fronterizos, que eran igual de súper estigmatizados que los mapuches. Entonces es un libro no de poesía mapuche, pero escrito por un autor mapuche, que hace una construcción del sujeto chileno fronterizo».

– ¿Y por qué la figura de la prostituta?- pregunto muy solemnemente.

– Ahhhh. No podría decirte porque está mi señora ahí. Cuando se vaya te cuento- señala Bernardo riendo, y yo no sé sí está bromeando o habla en serio.

«La idea era poder hacer un giro, una impresión, con mi propia escritura, que como poeta mapuche no necesariamente voy a seguir. Quería llegar a hacer una relectura de mis lugares y lecturas comunes. También necesitaba lograr otro registro, desarrollar otra gramática poética. Entonces, por un lado abrir un horizonte que significaba volver a releer a Elliot, por ejempo, La Tierra Baldía. La escritura auto reflexiva de este autor, que significaba para mí no una escritura auto centrada, sino de un yo que vive en función de un nosotros. Por eso Eliott para mí es muy importante en la poesía contemporánea, y la relación que tiene con el poeta, con Ezra Pound. Entonces hay un poema en homenaje a Pound. Y volví a Dylan Thomas en mi búsqueda de los lenguajes más contemporáneos de la poesía norteamericana.

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– ¿Se podría decir que este libro Comarcas es innovador en cuanto a su forma, a su escritura? ¿Es algo que no habías hecho antes?

– Claro, es un libro donde no está el sujeto mapuche sino el sujeto chileno fronterizo. Es un mapuche que construye al sujeto chileno, que es a la inversa cuando a ti te construyen como sujeto mapuche. O sea, es la vuelta de mano. Y escojo de todos los chilenos lo fronterizo. En un escenario de comarca, de sello, de Far West: donde hay cantinas con piso de tierra, con aserrín, putas, gente con viruela, soldados de los Ejércitos de Línea, de la Pacificación, iglesias evangélicas y un fuerte olor aguardiente y pólvora. Escenas  que comienzan, que salen y entran en un burdel, por ser las prostitutas uno de los seres más vulnerables en esos tiempos de la construcción del Estado nacional, donde se estaba desplegando un guión republicano, un guion blanco. Un guión donde estaba el sujeto nacional como algo tremendamente puro; pero en el sur tenías gente con viruela, con sífilis. Estaba el sujeto nacional que no sale tan bien en ese libreto. A mí me interesaba imponer también ese sujeto en la memoria cotidiana. Y la mujer pone la lucha, la que lleva, la que muestra lo fronterizo, el contexto, la guerra, todo ese conflicto. Es una mujer. Es una voz femenina que habla y te despliega un guión, y cuando se apaga la voz de la mujer aparece la voz del poeta y aparece la voz de lo fronterizo. Entonces  hay una polifonía de voces en ese libro. Era otro ejercicio que quería hacer también con mi escritura. El desarrollar una escritura de ese tipo, que uno pueda narrar desde distintos lados y contextos- finaliza.

Cae la noche sobre Osorno y una brisa gélida anuncia los dictámenes de un sur cual juez implacable. Sin embargo la tibieza del hogar de los Colipán ahuyenta inclemencias y malos espíritus. Bernardo, acariciando su Corona, rememora sus días en tierras aztecas.

«Poco antes de mi segundo viaje a México  hubo acá un concurso de poesía regional así que participé y estando en tierras aztecas me comunicaron que había ganado. El premio era la edición del libro Comarcas y un millón de pesos. Al final llegaron como 300 luquitas libres», manifiesta sin vanidad. Y sigue rememorando: «Con el poco tiempo que teníamos, ya que hacía una maestría que era de tiempo completo, solamente podía respirar el día domingo, porque ese día llegaba, como decía Enrique Lihn, la pena de extrañamiento, de la familia y todas esas cosas. Pero viajaba mucho y en esos viajes fui desplegando unos textos que en algún momento se vinculaban con ciertos momentos del imaginario mechica, azteca, sacrificios,  tocaba temas y textos que se vinculan con el mezcal. Pero se  interrumpieron porque  en realidad el ejercicio de lectura allá es muy duro en el postgrado. Por lo menos tenía cuatro materias y había que leer cuatro o cinco libros de una semana a otra. Estaba chato.

México me sirvió para ensayar una escritura dentro de una búsqueda sobre un ejercicio empírico sobre el pensamiento mapuche. Estoy desarrollando un trabajo de epistemología sobre la filosofía mapuche. Era un tema que tenía pendiente, necesitaba un cierto reposo, una cierta distancia para poder generar una acción de pensamiento….y México me dio la posibilidad  hacer del ejercicio de epistemología. Ahí hay una línea de la escritura que yo tengo, de trabajo de la resistencia mapuche los motivos que genera los modos de sentir. Por eso estoy trabajando, estoy estudiando, por eso viajo y hago entrevistas  por todos lados.

– ¿Lo calificas de conflicto, problemática mapuche, o como un conflicto chileno?

– Lo que pasa que la etnia chilena siempre ha necesitado en su imaginario convivir con el enemigo interior, que da la situación de conflicto y genera todo el dispositivo republicano para poder aplacar esa sombra oscura que siempre se crea a sí mismo. Entonces la primera sombra fue después de la Guerra de Independencia  prácticamente fue el mapuche, el bárbaro, el salvaje, el borracho y todo lo demás, y sobre eso se construyó un dispositivo, se construyó un ejército, se operacionalizó toda una violencia en el territorio. Luego todo ese sujeto se sumerge y sale convertido en la clase obrera,  en las mancomúnales, entonces ahí el sujeto hegemónico tuvo su enemigo interno donde nuevamente orientó todos sus fusiles republicanos hacia ese sujeto popular. Después se sumerge y en la década del 50 con González Videla y la Ley de la defensa de la democracia, que es una política de Estados Unidos, aparece  el comunismo y ahí donde Neruda sale huyendo por acá, por Futrono hasta Argentina. Luego para ya para 1973 con el Golpe militar, con la dictadura, aparece el cáncer marxista en su versión mirista-socialista-comunista, y ahora el mapuche. Entonces la memoria oficial necesita efectivamente convivir con enemigos internos que le den la posibilidad de la generación de conflictos para generar sus dispositivos del control de la sociedad. Más que el conflicto es el enemigo que tú estás creando. Y ahora yo estoy súper preocupado porque ahora el enemigo interno es que es el que come pan integral (ríe).

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Dead Man

… Es preferible no viajar con un hombre muerto.

“Hay toda una historia en el filme de Jim Jarmush, Dead Man, muy potente y lleno de misterios. Fronteriza, ya que está muy limítrofe a la vida. El hombre muerto, siempre fue, siempre anduvo, con la bala incrustada en el corazón, y mi libro Comarca también tiene esa cosa desgarradora. Hay un guiño muy interesante con Jim Jarmush y con la muerte” señala Colipán comparando ambas obras.

«Entonces este libro alterna con mis lugares comunes y con el otro tema del cual nunca voy a salir, el relato que sostiene Comarca es el que ha estado en todos mis libros: la memoria como un espacio habitable, permitir también que la memoria te habite y todos mis libros están dentro de ese tema”, manifiesta Bernardo.

– Pareciera que nadie quiere recordar. Siempre dicen «hay que mirar hacia el futuro».

– Bueno, uno de los recursos que tiene la memoria, es el recuerdo. La memoria no se clausura con el recuerdo. Si uno cree que la memoria solamente tiene que ver con el recuerdo clausura la memoria. La memoria,  precisamente, es un arma cargada de mucho futuro. La memoria se construye en un aquí, en un ahora, en un presente, porque es capaz de poder -a través de un ejercicio político- metabolizar situaciones que te han ocurrido.

Entonces por eso Comarca también es un libro de de memoria y el soporte documental que tiene es en base a  que recorrí todas las comarcas, y las comarcas son todos los fuertes que se instalan, y ahí se encuentra la historicidad porque en la Guerra de la Pacificación en 1859, 1860 el Estado instala una línea de fuertes desde la costa de Arauco que es Lebu, Cañete, Purén, Angol, Los Ángeles. Entonces sobre ese punto se instalan los Ejércitos de Línea  que van entrando y van ocupando militarmente el territorio mapuche. Yo recorrí todas esas líneas de fuertes y recorrí archivos. Estuve trabajando en archivos de Angol  y en la biblioteca  leyendo el diario El Colono o El Eco del Sur del año 1866, leyendo harta documentación. Hay un personaje que me ayudó mucho, que es un ingeniero belga, Gustave Verniory,  que estuvo en la Araucanía entre 1889 y 1899 y que en realidad lo contrataron para construir el tramo de ferrocarril entre Victoria y Lautaro. Un tipo con zapatos de charol que deambuló por calles polvorientas y caballos meando. Si es lo mismo que el filme Dead Man cuando Verniory llega a Lautaro. No, Verniory es peor que todos juntos. Es como un alacrán. A los seis meses andaba con botas, con pistolas, con sombrero, cazando leones, chupando  aguardiente, metiéndose con prostitutas. Él escribe una bitácora y es quien me abre la parte cotidiana. Voy trabajando con archivos de toda La Araucanía para ir reconstruyendo su secretos fronterizos, con Verniory, con diarios, con crónicas, con mucha documentación histórica. Ese es el tema: ese libro podría haber sido un libro de Historia, pero lo quise hacer más complejo y lo transformé en un libro de poesía, porque la Historia es mucho más fácil escribirla, mientras la poesía es más complicada.

– ¿Hubiese sido mucho más fácil hacerlo de historia y tal vez hubiese tenido más lectores ?¿O no necesariamente?

– Sí, como el ejercicio de escribir, la Historia para mí es mucho más fácil que la poesía. Entonces con toda esa documentación que tenía ese relato, esa historia podía pero dije no. Ese sujeto que estaba apareciendo, un sujeto fronterizo, necesitaba darle carácter. Fue por eso que recurrí a esos archivos. Fue como escribir una novela y para mí fue algo nuevo porque  nunca había visto eso; es la primera vez que escribía un libro con guion. Demoré diez años en publicarlo. Consideraba que no era el tiempo. Hasta que al final me decían: «ya, ya pues, publícalo, publícalo». Hablé con algunos y me dijeron: “Ya , ya pues, llevas como un año, dos años”.

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Pero con Comarcas seguí un guión y se fue desplegando con la investigación. Entonces ese libro está ahí con muchos datos históricos, pero el relato, yo no sé si llamarle ficción, el que ensambla la historicidad, ensambla la memoria,  ensambla la emoción y  que tiene que ver con una cosa que la mayoría de las veces cuando tú lees la historia escrita sobre mapuches siempre te muestran un sujeto neutro. Pero el sujeto que está en Comarcas no es neutro, no es un sujeto completamente  neutro sino vulnerable a la emoción. Un sujeto que está muy ligado a la emoción, con el amor a una mujer, un amor muy áspero. Un sujeto que vive y sufre de todo, que está cargado de sensibilidad. Entonces eso es importante también construir.

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-¿Ahora ese sujeto fronterizo no lo encontró en Forrahue? ¿Es otro sujeto?

– No, lo que pasa en Forrahue es que hay un encargo de la comunidad. Hay que escribir un libro sobre memoria y testimonio. Y cerrarlo sobre eso. Es un encargo.  Es otro libro que escribí. Yo dije nunca voy a escribir otro libro por encargo, pero la comunidad conversó conmigo y lo hicimos.

-¿Qué personajes hay ahí en Forrahue?

-A diferencia del libro Arco de interrogaciones, que es un libro de poesía donde tú encuentras con mayor facilidad el soporte de ficción; Forrahue es un libro cargado de historicidad, de sujeto histórico que ha sido vaciado por la memoria oficial. La cosa era volver a la comunidad, es un libro de recuerdos, de familiares que fueron ejecutados, otros desaparecidos. Ese libro fue un fin político claramente. Yo desarrollo talleres de memoria colectiva, talleres de resguardo de colectivo con la comunidad, y  para escribir el libro les mostraba en que parte iba y me decían “saca esto” “pone esto” un trabajo muy intenso sobre esta cultura

– ¿Cuál fue la respuesta de la comunidad? ¿Se interesaron?

– Sí.

– ¿Había un sentimiento de rabia?

– No, es todo un tema heavy. Es que es un libro que no existe.

– ¿O era un deseo de venganza? ¿Se puede caer en eso?

– Ojalá. Pero el tema es que siempre hubieron intentos fallidos por escribir un libro sobre la Matanza de Forrahue y yo el libro también lo intencioné y hubo una respuesta que comencé a trabajar con la comunidad, en torno a un hecho. Entonces volver, traer a la memoria, que tu abuelo fue ejecutado y que está desaparecido, imagínate. Volver a esa historicidad interrumpida, torturada, si bien para mí ese libro me ayudo para poder sentir la memoria como un hecho de mucha vitalidad. Sentía, cuando trabajaba con la gente, los testimonios. Era muy fuerte. Después de hacer varias entrevistas con la comunidad  la gente me señalaba sobre el hecho de sangre: «Sí, eso le pasó a un abuelo», o «eso le pasó a un bisabuelo». «Sí, eso le pasó a un vecino». Otro decía: «Sí, eso le pasó a un tío». El hecho es que no pude caer en una situación de angustia y darme cuenta que es una masacre, una matanza, un hecho de violencia que impacta colectivamente a una comunidad, y que la memoria oficial  con toda con toda su perversidad  hegemónica se encarga de privatizar los recuerdos. Yo decía esto no puede seguir así. Entonces hicimos un taller de recuerdo colectivo, hicimos un mapa, un mapa mental de los hechos que ellos señalaban, y ellos los comenzaron a ensamblar. Ahí eso lo sentimos como una red colectiva del recuerdo, y otros procesos comenzaron a ocurrir con el tema  de la memoria: pasar de una memoria privada a una memoria colectiva. Ya era un salto cualitativo, una memoria emblemática. Eso nunca pensé que iba a ocurrir, pero pasó. El libro, al final, terminó siendo un accidente producto de  un proceso social que se estaba generando sobre recuerdos.

-¿ Y es un recuerdo que ellos sienten que como hecho se puede volver a repetir?

– Sí. Cuando no existan los dispositivos al interior de la sociedad mapuche que permitan generar un proceso de resistencia, eso va a ocurrir; pero los talleres eran potentes. El hecho de trabajar en la comunidad. Yo todos mis libros los hago así: caminando, trabajando. Como en la historia de Quilapán. Porque en mi proceso de escritura hay momentos  donde ocupo  la escritura y la sitúo en una batalla con la memoria. Entonces  siempre voy a escribir libros así. Pero también voy a darme el tiempo para escribir algo de la calle, algo a lo mejor más íntimo, tal vez. En algún momento. Son necesarios estos libros para tener momentos de lectura, de memoria. Ahora elegí escribir un libro sobre Quilapán y ahí es otro tema. Pero siempre la memoria como horizonte de habitalidad.

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Bernardo Colipán sabe de lo que habla y escribe. Rememora, busca lo que ya no está, como en este poema:

Se notó tu ausencia en el domingo de ramos

Nos dices en tu carta Carmen, que Santiago

es una gran ciudad, barata y de muchas luces.

Que tienes un personal estéreo y escuchas a Michael

Jackson.

Que usas la minifalda que acá nunca mostraste.

Que tu felicidad es un C.D que tocas por las noches

a todo volumen.

Nosotros – tus amigos del barrio – con un parchecurita

sellamos tu vacío.

El domingo de ramos se notó tu ausencia.

El Johny consiguió trabajo y aún se acuerda de ti.

Carmencita – tu hija – ya tiene cuatro años.

Bien te haría Carmen volver a Rahue.

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-¿Qué opinas de la Coordinadora Arauco Malleco?- le pregunto de improviso.

– Ehhh, la CAM… De una u otra manera he estado muy vinculado a ella desde su primer momento, desde el origen.

– ¿Vinculado a qué?

– He ido siguiendo su proceso de  muy cerca, leyendo en relación al otro referente mapuche de  construcción nacionalista. La CAM efectivamente era un referente significativo del pueblo mapuche que sirvió, en primer lugar, para poner en el imaginario mapuche la construcción y la recomposición de un territorio que está muy asociado también a una recomposición del mapuche como género político. Con la instancia potente de que ese sujeto se vivencia única y exclusivamente con su propio territorio. Si a la fragmentación del territorio ocurre una fragmentación de la memoria significa que una recomposición del territorio significa también una recomposición de la identidad y de la memoria. Entonces la Coordinadora Arauco Malleco apuesta a la construcción de un sujeto en la cual vincula el sujeto mapuche con el territorio y genera una consecuencia en que a la fragmentación que tenía el sujeto mapuche producto de las distintas  construcciones que hacían los distintos referentes, la Coordinadora Arauco Malleco puso un sujeto amplio.

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Colipán me invita a cenar y narra una anécdota sobre un trueque en una comunidad:

«… Tendría que ser aguja, me dio un shampoo por intercambio y yo  quería el licor de oro, pero el  peñi no estaba  conforme. Se lo quería cambiar por un libro de poesía y me dijo: «No, chao». Yo le decía: «… si es poesía mapuche», pero no. Nadie me pescó con el libro de poesía, y después cuando teníamos merkén y les comentaba de dónde venía y los ingredientes que poseía, ahí los peñis decían: «Ohhh”.  Colipán prosigue con su narraciones: “Este vino es de Mendoza. No soy muy bueno para el vino. Sabes que el vino es muy exclusivo de Argentina», apostilla Colipán y me sirve un vaso de vino y alzamos las copas. Ahora llegan las empanadas con un color de oro y un aroma de infancia.

«¿Cómo quedaron las empanadas? Sírvete nomás», me pregunta Colipán ofreciendo con generosidad mientras acaricia unos papeles y me cuenta de sus actividades: «Estuvimos trabajando en territorialidad con los chicos. Ellos construyen territorio de memoria, es una volada y nos fue bien. Potente esa cuestión. Entonces todos esos dibujos ellos los hicieron en unas cartulinas, trabajaron en cuatro grupos, después situamos todo y se construyó el territorio mapuche. Cada uno entendía lo que estaba haciendo el otro. Entonces trabajábamos cuatro grupos y cada grupo tenía una cartulina de este porte, se ensamblaron todas y ¡Pschfaaa! Salió el territorio mapuche, pero de la costa a la cordillera», señala Colipán entusiasta.

Trato de saber su opinión sobre poesía tanto mapuche como huinka. «Cada poeta mapuche tiene un relato, por eso marcan un género y marcan un giro de inflexión en en la literatura chilena, porque  la poesía tiene como tres terrazas importantes para mí. Tú puedes leer un libro de poesía que tenga los tres. A veces uno dice «éste» pero no es bueno. Se cae como un andamio, como un naipe. Entonces por sobre esos poemas tú debieses leer poesía. Fíjate que hay un tema de poesía: poema y relato. Muy pocos libros tienen relato que sostenga una construcción de poemas y que generen buena poesía. Entonces hay libros que tú lo utilizas y se caen todas las piezas; pero hay unos que tú los mueves y son unos ladrillos, y tú los giras y ni siquiera se quiebran. Son ladrillos como las de Reducciones de Jaime Huenún. Porque tienen un relato que lo sostienen en forma poética. Tú los miras por todos lados y son un ladrillo, son libros al final  que están ni siquiera en la frontera que hay entre el relato, los poemas y la poesía… Como Mapurbe de David Añiñir, o Sea Harrier de Diego Maqueira, o Karra Maw´n de Clemente Riedemann.  Por ejemplo el  Vírgenes del Sol Inn-Cabaret del Alexis Figueroa, el Taxi Driver del Gato Egor Mardones, o el Santiago Waria de la Elvira Hernández.  ¿Me entiendes para dónde va el tema? Sin embargo hay libros que tienen un poemario donde tú puedes ver cuatro poemas buenos pero no es poesía porque no hay relato.

-¿Y Raúl Zurita donde cabe ahí?

-Con Zurita tú encuentras un relato que evidencia una época de fractura y una poesía que se construye en esa fisura. Entonces hay una gramática muy interesante. Hay otro tema en el cual tú construyes una poética y eres capaz de construir un relato importante que sostenga un buen libro de poesía. Pero los compañeros caen en su retórica, comienzan a reiterarse a sí mismo y tú lo puedes ver en algún momento en Zurita. O sea La vida nueva. Dante hay uno solo pero hay una retórica ahí, o sea no hay una capacidad de contenerse. Está bien, si sé que eres capaz de escribir un libro de 600 páginas, está bien, eres bueno ¿Pero para qué? Otra voz es Pepe Cueva, el ex poeta.

A Colipán no le gustan los excesos. Para un sureño como Colipán la capital, Santiago, es como Ciudad Gótica. En las regiones es otra cosa. La familia y los hijos se educan mejor y son más cercanos. “Él es mi ayudante de investigación”, señala Bernardo mostrándome a su hijo Likan. “En todos lados. Me acompañó para escribir el Forrahue. Mientras yo estaba conversando con la gente ellos estaban arriba de un árbol lleno de manzanas. Algún beneficio gastronómico obtuvieron. Y después en Argentina, en Bariloche fui a dar una charla. ¿Cierto que se llenó esa cuestión? Dijeron que nunca se había llenado el Centro Cívico y él me acompañó. El compañero tiene una revista  que se llama Urbe Salvaje y me va hacer una entrevista.

-Ahhhh- dice Likan con cara de no creer mucho eso de la revista, y luego sigue mirando a su padre con admiración, como quien mira a un superhéroe o un hombre muy sabio con el que suele jugar.

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