Judith Friedmann

Todas las mañanas del mundo sale el sol en la casa de Tita Friedmann

Por Hugo Dimter
Fotos de María Eugenia Lagunas Periale

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En la comuna de La Reina, en Santiago, existe un bosque. Es un bosque pequeño, de pocos metros, y junto a ese bosque con parras, helechos y flores silvestres transita Judith Tita Friedmann, arquitecta, escritora -ahora dedicada a la pintura-, mujer valiente e indispensable. Allí, cercano a ese paraíso natural, habita una casa acogedora que su esposo construyó poco antes de morir. El sol se cuela por las ventanas y penetra en las diversas pinturas -algunas suyas, otras de su hermana Etty- que cuelgan en las paredes. Sin embargo, en esa casa luminosa y cálida, lamentablemente, falta gente.

– Preparé este queque y le traje jugo de pera. Por favor, sírvase. Con confianza. Y cuénteme sobre esta revista Urbe Salvaje- pide Judith, acomodándose los lentes que le han ayudado a observar el desgarrador curso de su amado Chile.
Y entonces yo comienzo…

La historia, o el mundo privado, de Judith -o Tita como la llaman sus amistades- está íntimamente ligada a la historia de Chile durante los últimos 60 años. Tiempos de luz y esperanza. Luego -post 73- grises y teñidos de sangre, donde algunos lucharon valientemente contra la dictadura de Pinochet. Uno de ellos fue justamente su hijo Raúl Pellegrin Friedmann, líder del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, organización político-militar chilena, que vio la luz a comienzos de los años 80.

Mi hijo Raúl Pellegrin

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Judith tiene escritos dos libros: Florcina y otras mujeres, y Mi hijo Raúl Pellegrin: Comandante José Miguel. Sobre este último la autora narra los 30 años de vida de su hijo con una prosa que tiene mucho de poesía. Un libro como pocos, donde la autora rehuye el sentimentalismo y se brinda con un amor de madre a la dura -y reivindicadora- tarea de repasar los mejores y peores momentos de alguien que va a formar parte de la dividida historia de Chile cual héroe principal.
«Yo me pregunto cómo fui capaz de escribirlo. No sé cómo. Me demoré 20 años en decidir hacerlo. Porque duele el corazón, pues», señala la autora.
«Mucha gente me ha dicho que lo lee y no lo pueden soltar hasta que lo terminan. Las mujeres me confidencian que lloran y lloran con el libro, y no era mi intención: yo no quería hacer llorar; yo quería contar cómo era mi hijo, que no era un terrorista, que no era un asesino. Y todavía estamos en la lucha con la justicia porque están sueltos los cuatro tipos que lo asesinaron, y el torturador anda por las calles. Que horror».

– A propósito del comentario que me hace, ¿usted siente que la gente piensa que Raúl Pellegrin es un terrorista, un asesino? ¿Siente que existe esa visión?
– De alguna gente de derecha, bien de derecha, que no van a ver nunca las cosas como son. No pueden entender qué es lo que él pensaba, que es lo que él sentía. Esto ahora lo veo en mis nietos, igual es terrible ese riesgo, porque está reproducida la misma idea de cambiar este mundo. Eso es lo que él quería: la igualdad. Todo lo que pensamos. Y estoy segura que pensamos lo mismo en ese sentido.

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Pero, que duda cabe, la historia de Tita comienza antes, mucho antes.

«Mis padres vinieron del sur de Rusia. Los judíos tuvieron que partir por las diversas persecuciones. Mis padres, Anita e Israel, viajaron a Argentina. Llegaban en barco a Argentina, Estados Unidos y otros países. Creo que el barón de Rothschild -sionista declarado- ayudó con dinero para que muchos pudieran viajar.

Mi  mamá- Anita Volosky- llegó con su familia a Argentina a los cuatro
años.  Luego partieron a Chile Así empezó  a formarse  la colonia judía.
Llegaban muy  pobres. Mi abuelo, ya aquí,  vendía telas casa por casa y
las  cobraba  una vez a la semana.  De eso vivía la familia de mi mamá.
Mi papá, Israel Friedmann  llegó a Loncoche. Su papá, José Aarón
Friedmann,  era Rabino (Hasan) y había venido a enseñar  la Biblia al hijo de un judío rico que le mandó los pasajes. Después trajo a  su familia. El abuelo José  casi  no ganaba dinero,  vivía de ceremonias que hacía en casas y sinagogas. Entonces, su esposa,  mi abuela, mantenía a la familia vendiendo frutas y verduras en un local muy pequeño que tenía en  la casa familiar,  por  la Estación Central. La abuela Clara  iba a las cinco de la mañana a la Vega a comprar  lo que posteriormente vendía, mientras el abuelo iba a dar  sus charlas y discutir sobre la Biblia con toda calma. Los carabineros pasaban por  la casa, como a las doce  de la noche. Golpeaban para que la abuela  les vendiera sándwiches y la pobre se los regalaba. Tenía que hacerlo para que no le cobraran el derecho a vender en el día. Así la dejaban tranquila.
Mis tíos y todas mis hermanas nacieron en Santiago. Primero vivimos en Ñuñoa, en Obispo Orrego  y después en el barrio Bellavista de antes, cuando eran La Chimba. Ahí conocí a mi marido, él vivía en Independencia. Todavía está esa casa.

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– ¿Y cuándo empieza a escribir? Porque hay un minuto donde usted se da cuenta que está escribiendo relatos y cuentos de consistencia.
– Me di cuenta cuando llegamos del exilio. Primero en la República Federal Alemana, donde estuvimos del 73 al 76. Pasamos dos años en la RFA y ahí partimos a Cuba donde permanecimos hasta el año 84. Entonces ahí le escribía a mi gente: a mi mamá, a mis hermanas, a esta hermana que pintaba. Y escribía bastante, parece. En aquel entonces trabajaba en el Ministerio de la Construcción. Estuvimos diez años en Cuba, entre el 60 y el 64, posterior a la revolución nos fuimos a ayudar durante 4 años.
Regresamos del exilio en 1984 al levantarnos la prohibición de entrar al
país (La famosa «L» del pasaporte). Los milicos habían entrado a la casa
después del Golpe  y nos robaron  todas las fotos y libros. En una enorme
bolsa se los llevaron. Eso nos contó una vecina. Lo del robo de las fotos
fue lo peor por el recuerdo de mis guagüitas. Mis hermanas y mi mama me regalaron  las fotos que yo había mandado en  las cartas. Y yo me extrañé pues al leerlas me di cuenta que estaban bien escritas. Nunca me había dado cuenta.

De vuelta acá era difícil encontrar trabajo y menos viniendo de Cuba.
El 84 estaba todo terrible y nos metimos donde pudimos. Yo pertenecía a las Mujeres Democráticas y con ellas trabajé harto. Hay cosas muy lindas que creo voy a escribirlas ahora. Bueno la cosa era que no teníamos trabajo. Entonces ahí -con cierto tiempo libre-pude darme cuenta que escribía bien. No estaba tan mala la cosa. Las cartas que había escrito eran montones, contando todas las historias: cómo son los cubanos, cómo eran los alemanes, todas las cosas malas y buenas. Entonces ahí me metí al primer taller de Marta Blanco que me quedaba cerca de la casa y empecé para aprender, porque nunca lo había  hecho, y se aprende harto en un taller. Sobre todo en el de la Marta Blanco. Más tarde ingresé al de Cristian Warnken, luego seguí en el de la Mireya Redondo Magallanes -nieta de Magallanes Moure-, y en el de Ana María Güiraldes.

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La tarde cae sobre un Santiago inerte. Un cielo rojizo y melancólico parece sufrir más de la cuenta pero Judith no se da cuenta ensimismada en sus recuerdos y anhelante de un cambio de mentalidad que no se vislumbra por ninguna parte. Nace una noche más. Una noche inmisericorde.

El Comandante José Miguel, o Rodrigo, o Benjamín

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Es inevitable llegar a esta conclusión: La historia de Judith -y la de muchos chilenos- no fue un campo de rosas. Post 73 la violencia dictatorial estaba instalada. La gente pedía respeto por los derechos humanos y anhelaban la llegada de una democracia que cambiara las cosas de una vez por todas. Raúl Pellegrin y el Frente toman la bandera y la defensa de aquellos que sufren. En su accionar no hay una apología a la violencia. Todo lo contrario: siempre deseó intervenciones armadas limpias, es decir sin víctimas civiles. De hecho el único muerto -en alguna intervención donde Pellegrin participó- fue en la toma del poblado de Los Queñes el 88. Uno de los frentistas le disparó a un carabinero que había desenfundado su arma, dándole muerte. Era la última acción de Raúl Pellegrin. Unos días después todo llegaría a su fin.
Lejanos quedaban los primeros años de militancia de Raúl. Desde que éste realiza tareas voluntarias en las Juventudes Comunistas en Rengo el 70. Desde que graba las conversaciones de Fidel con sus adherentes en el Parque Forestal, vecino al Museo de Bellas Artes el 71.
Lo que siguió es el exilio, su posterior ingreso a las Fuerzas Armadas cubanas. Su ida a Nicaragua el 79 para pelear en el Frente Sur contra las tropas somocistas. Pellegrin destaca por su valentía, inteligencia y entrega. Es hasta su ida a Nicaragua que Judith está cerca de su hijo. Luego, tras la creación del Frente en Chile el 83, le pierde la pista totalmente. Raúl se inserta en la clandestinidad y el contacto con su familia es sumamente peligroso en vista a la vigilancia de la CNI, la policía secreta de Pinochet.
Chile se horroriza con casos como el de los degollados o el de los quemados, además de otros miles donde la tortura y la desaparición son el pan de cada día.
– ¿A qué movimiento se asemeja el Frente? – le pregunta una periodista a Pellegrin en una entrevista dada a El País de España en marzo del 88.
– Al movimiento de resistencia contra el fascismo que surgió en Europa durante el inicio de los años 40- responde él.

Ingeniero en almas

En el libro de Tita Mi hijo Raúl Pellegrin aparece un recuerdo contado por el padre de Raúl: «Mi hijo fue brillante en la escuela y desde muy temprana edad manifestó capacidad de liderazgo.
En una oportunidad, en una conversación que tuvimos en Alemania, le sugerí que estudiara ingeniería. ‘Tú tienes una mente matemática extraordinaria, te sacas notas increíbles con este idioma endemoniado. ¿Por qué no estudias ingeniería?’, Me quedó mirando y respondió algo que nunca he olvidado. ‘Sabes’, me dijo. ‘Siento una necesidad interior muy fuerte de trabajar y ayudar a mucha gente y creo que eso habría que hacerlo con mucha seriedad’. Luego de un silencio, dijo que le gustaría ser ingeniero en almas».
Pero él tenía la capacidad de ser lo que se propusiese. En la Alianza Francesa, donde estudió, sus compañeros de curso creían que algún día ganaría el Premio Nobel de química. Incluso durante el exilio en la República Federal de Alemania aprendió el idioma teutón en tan solo un mes provocando la admiración de los germanos que creían que el muchacho había estudiado en alguna de las Deutsche Schule chilenas.

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– ¿Existe el animo de una reivindicación del legado de su hijo a través de este libro Mi hijo Raúl Pellegrin?- le pregunto a Tita.
– Lo más importante es que cualquier hombre puede ser un héroe: los niños lindos y los feos, los pobres y los ricos. Esto es el libro: una declaración de amor de una madre a su hijo. Mostrar que era un niño, un joven, y un hombre, con muchas cosas que pueden tener todos; pero para una madre el hijo es único. El rol político está. Es inherente a la vida que vivió, pero lo que rescata el libro es, precisamente, su carácter humano. Un ser humano enamorado de la humanidad. Que si hubieran sido otros tiempos no hubiera empuñado las armas; sino tal vez hubiera sido un ingeniero en almas. Pero es lo que le tocó y se hizo cargo. Fue un revolucionario genuino. De los que hay pocos, porque pese a que seguramente hubiera preferido otra vida, hizo carne el concepto de revolución (según Fidel) que postula el «profundo sentido del momento histórico».

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– La historia la escriben los vencedores. Sin embargo en la gente queda el sello imperecedero de la realidad. Puesta en la balanza ¿cuál es la sensación que advierte en el pueblo sobre el papel del Frente, dirigido por su hijo?
– Luego de veinticinco años, recién hoy Chile se ha despercudido un poco de la historia oficial, y justamente es el pueblo (no los historiadores de arriba) quien poco a poco va situando en el lugar histórico que le corresponde al Frente y su accionar. Siento que, quizás, el papel que se ve, a la luz del tiempo, es el del justo vengador. El que ridiculizaba al matón, el que demostraba que no eran ni tan fuertes ni tan duros los perros de la dictadura. No por nada el nombre de Manuel Rodríguez, dignificador del oprimido. Frente a los diez primeros años de la dictadura, que se encargó de masacrar, aterrorizar, humillar, ultrajar y despojar al pueblo de su alegría, de su trabajo, de su dignidad, el Frente viene a representar como el «hermano» defensor, que sale a golpear y a humillar públicamente a los que nos humillaron por tanto tiempo. El tiranicidio, los hostigamientos a los cuarteles de la CNI, los apagones, los secuestros, demuestran esa audacia para devolverle al pueblo la fe de que no eran tan invencibles, los militares y la dictadura.

– El rodriguismo tiene una ética. En vista de los tiempos que se viven ¿cree que esa ética se diluyó?
– Creo que los muchachos del Frente, en general, no pasaban de los veinticinco años, todos. No era un partido de viejos (de ahí el quiebre con el PC), y todo ese arrojo y valentía, esas ganas de ser hombres nuevos (postulado que acerca inconfundiblemente al rodriguismo con el ejemplo del Che), ese accionar basado en el voluntarismo, en ser mejores personas no sólo en el combate, sino en la vida, en el trabajo, con los amigos, vecinos, y amantes, todo lo que bañaba de mística, esa ética rodriguista, si bien no se diluyó, si se vio fuertemente golpeada. Es decir, todos esos veinteañeros que conformaban el Frente, que creían en la rebeldía y en un mundo nuevo, se vieron aplastados por la traición de los viejos políticos (los mismos responsables de la desestabilización de la UP y del golpe, los Aylwin, los Frei, los Bitar, los Flores, los Tironi). Siento que esa ética está, pero se ve en los que antes fueron muchachos, hoy derrotados por la cárcel, el destierro y los muertos. Y se ve muy decepcionada del Chile que quisieron construir y que no pudieron. Ellos están ahí, con su ética, luchando desde sus trincheras, pero la historia no los ha puesto, aún, en el lugar que merecen.

– ¿Conoce Chile realmente los postulados del Frente? ¿O nuestro país tiene una visión errada de lo que fue el Frente Patriótico?
– Creo que, poco a poco, gracias a los textos del historiador Luis Rojas Núñez (De la rebelión popular a la sublevación imaginada), a las declaraciones de otros compañeros del Frente, y a algunos esfuerzos aislados en realizaciones audiovisuales (series de Chilevisión, documentales) se ha rescatado un poco la historia, pero efectivamente falta mucho para reconocer, el rodriguismo como ética, como forma de vida, el hombre nuevo en su versión dialéctica para Chile. Eso no se ha logrado, aún, instalar en el inconsciente colectivo. Esfuerzos se han hecho, y espero se sigan haciendo, para re construir la historia y re conocernos en los luchadores que, empujados por su tiempo, dieron su vida y su muerte (ambas son un sacrificio inimaginable para quienes caminamos a nuestro antojo por la calle) en pos de un futuro mejor y más digno para el pueblo.

– ¿Hay una deuda histórica con todos aquellos rodriguistas que entregaron su vida en la lucha contra la dictadura?
– Ésta se responde, creo, con todo lo anterior, repitiendo la enorme cantidad de compañeros desterrados, que pagaron con cárcel, que pagaron con tortura, que pagaron con muerte y, sobre todo, que pagaron con su vida entera condenada por haber luchado por el pueblo, y hoy viven lejos, desengañados y derrotados, olvidados y calumniados, sin más defensa que su propia vida digna y consecuente.

-¿Cuál es su opinión de la lucha armada? El Presidente de Uruguay, Pepe Mujica, después de 13 años detenido, señaló que sólo sabía una cosa: que la violencia no conducía a un «carajo». ¿Cuál es la línea delgada entre el pacifismo y la legitima defensa de un pueblo frente a la represión salvaje?
– Creo que la postura del Frente, que sólo exigía la renuncia inmediata de Pinochet, el fin de la constitución del 80, y un gobierno transicional que llamara a una Asamblea Constituyente para redactar una nueva constitución. Esos postulados, tan parecidos a lo que pide hoy el pueblo, eran contestados con tortura, desaparición, destierro y muerte. Y ante esa humillación, no quedaba otra que defenderse. Ojo, que siempre fue en carácter defensivo, para demostrar que no eran tan grandes ni tan bravos, y que a la violencia fascista sólo cabía responder con violencia revolucionaria, dignificadora. Alguna vez, le dije a mi hijo que  no se metiera en esas cosas, me contestó que «hasta cuando nos vamos a defender con cartelitos de las balas». En esa frase se resume toda una generación, de padres desaparecidos, de niñez y adolescencia en el exilio, en la pobreza y en el terror, que dijo «ya basta». El frente era violencia, sí, pero violencia que alegraba y hacia recobrar energías al pueblo.

El maletín

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Le pido a Tita que me muestre algunos recuerdos -fotos, textos- que me den una visión más amplia de su hijo. Me cuenta sobre un maletín que le entregaron posterior a su muerte. Uno de los días que la visité me da a ver el contenido del negro maletín, desgarrado por uno de los costados. Al abrirlo un haz de luz sale del interior. Es muy extraño. Mientras tanto, el sol parece aumentar su intensidad en el living. Dentro del maletín hay una bandera del Frente, un gorro y dos pasamontañas de lana chilota -nunca negro ya que él pidió que no fueran oscuros-, una postal de La Moneda con un escrito muy bonito para su familia, un pañuelo azul, una corbata Scapinni, pues él siempre iba muy bien vestido, y varias piochas de la organización, un quepí verde, los grados dorados. Un reloj Casio negro de buceo está prácticamente nuevo. Adosado dentro de una billetera permanece un santito. Cecilia Magni -o la Comandante Tamara-, en ese momento pareja de Raúl, introdujo la imagen religiosa tratando de protegerlo. Todo fue en vano. O tal vez no. Tal vez Dios estuvo ahí al momento de su ida de este mundo. Junto a ambos. Deseando que las cosas hubiesen tomado otro rumbo.

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El maletín continúa desprendiendo un inusual reflejo. ¿Qué provoca ese brillo desmesurado? ¿De dónde proviene aquella luz plena de ternura y rebelión?
Tita me mira extrañada. Para algunas cosas, en este mundo de los vivos y de los muertos, no hay respuesta. Nunca la habrá.
De hecho a Raúl le gustaba un verso del poema Alturas de Macchu Picchu de Pablo Neruda que dice:
Piedra en la piedra, el hombre, ¿dónde estuvo?
Aire en el aire, el hombre, ¿dónde estuvo?
Tiempo en el tiempo, el hombre, ¿dónde estuvo?

Preguntas sin respuesta en la neblina milenaria. Aún así el diario milagro se produce: pese al dolor y las miserias terrenales todas las mañanas del mundo sale el sol en la casa de Tita Friedmann… Siempre saldrá. Día a día.

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