Rubén Adrián Valenzuela

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Rubén Adrián Valenzuela por dentro

El 22 de octubre de 1982 nadie durmió en la ciudad chilena de Calama, en el Norte Grande, pleno desierto de Atacama.
Aquella madrugada dos hombres, Gabriel Hernández, jefe de la local Central Nacional de Inteligencia (CNI) -organismo creado por la dictadura de Augusto Pinochet- y su lugarteniente, Eduardo Villanueva, iban a ser fusilados por un crimen que tenía complejas facetas políticas y humanas.
Ese amanecer los acusados enfilaron por una alfombra roja con calcetines, pero engrillados. Al detenerse frente al pelotón un círculo púrpura fue adherido en sus corazones para que los tiradores no fallaran. Cuando dieron las 6,10 de la mañana un rumor de muerte se escuchó destemplado. Los dos hombres cayeron al suelo pero uno de ellos persistió en moverse. El médico forense llamó a un funcionario para que le diera el denominado tiro de gracia. Había que rematar al moribundo. El cabo de gendarmería apuntó a la sien pero dudó un segundo, tal vez esperando que un milagro evitara cumplir con tan inhumano deber. Nada de ello ocurrió y finalmente la bala cruzó la sien de aquel hombre que todos sindicaban como uno de los viles asesinos que habían dinamitado a dos inocentes bancarios. Los pocos espectadores, que atónitos presenciaron los hechos, tenían un nudo en la garganta y más de alguno comenzó a llorar. Uno de esos testigos fue el periodista del diario La Tercera Ruben Adrián Valenzuela. Con rabia maldijo el haber aceptado la invitación del Ministerio de Justicia para ser testigo del hecho y recordó las palabras de un viejo profesor suyo: «Para ser un periodista cabal hay que haber visto una ejecución».

Una vida, mil noticias

Ha pasado el tiempo. Rubén lo sabe. Ya no es ese muchacho que estudió periodismo en el norte; aunque él deseaba ser actor. No es el novel periodista que comenzó en la emisora Prat. No es el jovencito valiente que en 1973, para el Golpe de estado -desde la radio Magallanes- rescató las cintas de las últimas palabras de Allende, hecho que casi le cuesta la vida.

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Se hizo famoso en 1981 con el reportaje La cárcel por dentro del diario chileno La Tercera, periódico que durante las entregas llegó a vender 800 mil ejemplares. Cuando Robert Redford vino a Chile para lanzar su film Brubaker, cuya trama es la de un alcaide que logra disfrazarse de preso para conocer la realidad de los internos, decidió cambiarlo por La cárcel por dentro. Rubén Adrián Valenzuela implantó el reportaje vivencial. De hecho su siguiente investigación consistió en disfrazarse de pordiosero en pleno centro de Santiago. La nota terminó cuando lo echaron a patadas de un conocido café luego de pedir un capuccino, que, por supuesto, iba a pagar pese a su estado lamentable. Eran los 80: los pobres no contaban para nadie en el gobierno. Más tarde asistió a un fusilamiento de dos criminales junto al novelista Enrique Lafourcade, hecho del que hasta hoy se lamenta.
Pero su periplo no se detuvo: siguió la pista de Los psicópatas de Viña, suceso policial que conmocionó a todo Chile al más puro estilo del asesino del Zodíaco en Estados Unidos. Periodista 100%. Rubén Adrián Valenzuela olfateaba donde podía dar un golpe periodístico; pero a la vieja usanza: respetando las fuentes y manteniendo la ética por sobre todo.
Su valentía y tesón -en cuanto a investigaciones periodísticas- terminaron por colmar la paciencia de Pinochet quien, pese a conocerlo en Iquique siendo todavía un joven oficial, decidió que era mejor que se marchara del país.
«Me dijeron que me fuera. El Ministro del Interior me ofreció un arreglo: si yo me iba voluntariamente, sin escándalo, me permitirían entrar a Chile como turista a ver a mi familia cuando quisiera, Así que cometí el error, les acepté y me fui. Pero eso me costó que mucha gente en España me viera como infiltrado, como sospechoso. Hay mucho sectarismo en el exilio», señala Valenzuela un tanto dolido.

El paso del tiempo no perdona. Inclemente, no excluye a nadie. Rubén lo sabe: No es joven, que duda cabe. Pero aún así no es menos cierto que sigue siendo Rubén Adrián Valenzuela. Un periodista; no un bufón de palacio.

Un asunto bilateral

Barcelona se ve imponente desde la altura. Una ciudad cálida y amistosa que con la llegada de un gran número de emigrantes adquirió el carácter de cosmopolita. Ahí reside actualmente Rubén.

– ¿Cuándo se fue a España? ¿Qué año fue?
– El 83. Llevo mucho tiempo allá. Casi más de lo que viví en Chile. Dentro de dos años habré equilibrado la balanza.

Sin embargo para Rubén -en Barcelona y en toda España- una nube negra se estableció sobre sus cabezas. Era la crisis. Crisis que aún persiste en gran parte de Europa. ¿Cuál es la real dimensión de ésta? ¿Qué se sabe de ella en Chile? Rubén Adrián Valenzuela nos confidencia:
«En España la situación está terrible para los sudamericanos. Yo he tenido que defender mucho a España porque la gente cree que se están muriendo de hambre; pero es una crisis de los españoles y de todo el sistema. Entonces si tú ganas mil quinientos, mil setecientos euros al mes, y de repente te quitan 500 te joden, te cabrean. Pero aún así sigues ganando 1400, que aquí no se los ganan. Son tres veces lo que gana una secretaria. El subsidio de paro mensual son como 450 euros mínimo, y aquí un ejecutivo cobra 500», sostiene Rubén Adrián.
«Hay quienes han contado mal la película y la han contado a favor de Chile, con lo cual hacen que gente se venga desde España para luego arrepentirse. La otra vez salió una carta en El Mercurio de una chica que decía: ‘… mientras estuve en mi país vivía quejándome de la seguridad pública hasta que conocí los hospitales chilenos’.
Yo estoy espantado con lo que he visto aquí: la pobreza que se ve en este país», confiesa Valenzuela.

– ¿Casi la misma que veía en los 80?
– Casi la misma; pero ahora agresiva. En algunos sitios hay que pagar peaje para entrar. Llegué a Santiago en febrero. Una amiga que estaba viajando me dejó un piso en Huechuraba. Yo creí que era un piso; era un gallinero… Y llegar al gallinero era lo que costaba porque había un montón de barreras que salvar. Quedé espantado. Además allí pasan cosas de sangre que no se ven reflejadas en la prensa.

– La policía no actúa.
– No.

– Prefieren mirar para el lado.
-Claro- ratifica Rubén Adrián. Y continúa:
«Donde estoy viviendo la policía mató un chico de 15 años perteneciente a una banda. Iba en un coche haciendo tiros al aire y le dispararon. Entonces le hicieron una especie de capillita, de animita grande -casi como una habitación- llena de imágenes religiosas con la foto de él tipo póster. Los tipos de su grupo cuidan el lugar día y noche, se van turnando, y uno se pregunta: ¿Lo cuidan? Parece que no porque están siempre de charlas, y contando chistes y cosas. Pero están ahí, vigilando. Y entonces han ido mirando a los que le llevan velitas o le llevan flores al muerto;  y a los que no van les están yendo a robar a sus casas», manifiesta Rubén Adrián en un café del Apumanque, en el corazón del barrio alto de Santiago.

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La génesis de un reportero

«Juntémonos en el Apumanque porque después de tanto tiempo en Barcelona me he olvidado cómo llegar al Centro de Santiago», me confidencia.

Rubén, perdone la pregunta cliché pero ¿qué es el periodismo para usted?
– A mí ese tema me agrada porque yo pertenezco a una generación, y dentro de ésa a un grupo minoritario, que entendemos el periodismo como una vocación de servicio. Yo siempre he dicho que ser periodista, incluso, debiera ser gratis. Uno debiera pagar cuando los medios dejan que llegues con tu mensaje.

– ¿La primera entrevista se la hizo a un cantante de la época?
– Sí. Luis Dimas. Era muy joven y muy famoso. Me recibió en su casa. No me conocía nadie pero en cuanto cerré el micrófono me dijo: «Ahora ya eres alguien». Él cumplía 21 años y yo le hice 21 preguntas. Cuando salió publicado lo firmaba otro, y lo anunciaban en portada: “21 preguntas en el cumpleaños de Luis Dimas”.

Desde muy joven Adrián comenzó a demostrar un talento innato para las labores periodísticas.
«Una vez fui a la radio Prat. Yo estaba estudiando teatro, no tenía nada que ver con el mundo del periodismo, pero les propuse ir a Talcahuano a entrevistar al comandante de la base naval por el tema del Huáscar.
Cuando regresé no me podían creer las preguntas y las respuestas que traje. Siempre digo que uno escribe, no en el sentido despectivo, pero escribe insensateces. El teclado te llama a contar cosas que ni pensabas contar. Así es como a veces metes la pata también», finaliza.

Los psicópatas de Viña, y un milagro

«He creído, algunas veces, que a mí me posee un ente», señala Valenzuela. «De repente leo lo que escribí y lo encuentro bueno. Lo que no es usual porque uno siempre está inconforme con lo escrito, siempre está corrigiendo.
Escribí en internet que el ser periodista era como una misión que alguien te da y ahora que vengo a Chile reitero que nunca me abandonó esta idea. Sin embargo veo que todo el mundo está en la farándula, incluso violando las leyes del propio frente. Como si importara poco o nada la verdad y la honra de las personas.
Ayer mismo veía en internet las fotos de una chica que dice la policía que había matado 6 bebés y los había enterrado en el patio de su casa y yo digo: ‘Y si resultara que es inocente’. Que es la gran lección que nos dejó el caso Gubler, del cual ya nadie se acuerda o se acuerdan para mal. Luis Gubler manifestó que el dinero que recibiría de los diarios a los que demandó -para que le indemnizaran por el daño que le habían hecho- lo iba a destinar para defender gente que estuviera acusada injustamente y presa en las cárceles de Santiago. No creo que haya llegado a hacerlo porque se murió pronto. Pero en el periodismo -que yo sepa hasta ahora- el único que ha pedido perdón por una metida de pata tan garrafal como la que cometió toda la profesión, fui yo, y aún así cuando escribo del caso Gubler me insultan colegas que están inactivos o que tienen portales informativos en internet».

– ¿Metida de pata suya en qué sentido?
– Bueno, yo sentía que el solo hecho de haber participado en esa investigación me convirtió en responsable. Yo en ese momento era un periodista que no sólo tenía mucho nombre, sino que tenía mucha credibilidad. Entonces la nota más fuerte que se publicó con mi firma fue la de la teórica aparición de la mujer de Gubler en una clínica.

– … Diciendo que él era el psicópata. Y, según la esposa, que había descubierto una pistola y un pasamontañas, eso dijo ella.
– No, eso se lo comienza a atribuir y ahora con la teleserie que están pasando aquí (Secretos en el jardín) me han dicho que ella aparece como infiel, engañando a su marido. Yo no sé qué es lo que se persigue, pero la gente está como negada a escuchar la verdad.

-Bueno, todo el mundo pensaba que Gubler era el psicópata. Que él dirigía a Sagredo y Topp Collins, quienes eran sus ayudantes.
– La policía nos hizo creer eso y lo siguió haciendo después. Pero fue un recurso de mal perdedor, porque había un comisario: Nelson
Lillo. Y este señor después de que Gubler salió en libertad seguía pasando comunicados con el sello o timbre de Investigaciones, o de la Brigada de Homicidios, y engañando a todo el que quiso dejarse engañar. Porque la mayoría de la gente recibe un comunicado y lo reproduce a la letra; no lo investigan. Yo nunca fui reportero policial en La Tercera pero cuando -para mi desgracia- apareció en el diario un escritor que le vendió a la dirección del diario una idea; que consistía en que el psicópata atacaba según el ciclo lunar. Si había luna menguante era una actitud y si había luna creciente era otra. Entonces el diario nos mandó al mejor hotel de Viña del Mar.

– ¿Quién era ese escritor?
– Fue Alfonso Alcalde. Yo no quería hablar de él porque está muerto y porque además me enteré recientemente que fue muy desleal conmigo, porque casi todo lo que él escribió lo escuchó de mis labios.
Alfonso Alcalde vivió conmigo toda la etapa hasta que apareció el famoso pasaporte. Cuando me encontré con Gubler en Viña del Mar él desapareció. No volví a verlo en el diario. No sé si habrá cobrado lo que pretendía. Estando ya en España me enteré que había publicado El Club del Crimen en el que adoptó de nuevo toda la tesis que apuntaba a Gubler como culpable.
En ninguna parte me mencionó, salvo para dejarme mal porque supuestamente era una entrevista que él hacía a Gubler, lo cual es falso. Y le preguntaba que cuánto le habían pagado a Rubén Adrián Valenzuela para que lo defendiera y lo declararan inocente. Fue la única vez que me citó y yo siempre he creído que ese señor apareció en mi vida en un triste momento porque yo no tenía nada que ver con el caso Gubler. Alcalde vendió esta idea a la dirección del diario como si Gubler cada noche viajaba a la luna, aterrizaba, y ahí tenía un campamento de entrenamiento.  Los diarios siempre andan buscando material novedoso para enfocar de nuevo un tema y me pusieron a mí como garantía de que el diario iba a estar bien representado, nada más.
Salían anuncios de páginas llenas que decían: «Un escritor y un periodista en Viña del Mar buscan al psicópata”, no sé si te acuerdas. Yo no tenía nada que ver con el psicópata. Yo hice un trabajo serio y la primera propuesta fue empecemos de nuevo la investigación porque yo sé que la policía chilena es falluta. Lo será siempre porque, entre otras cosas, los policías están más hechos para convivir con el crimen o con el delito ramplón y simple. No hay un trabajo policial serio. Entonces, cuando les sale un delincuente más listo, preparado, no saben qué hacer.

Valenzuela continúa:
– Cuando llegamos a Viña del Mar yo le dije a Alfonso Alcalde: «Te propongo que hagamos una investigación nuestra, como si la policía no hubiera participado en esto». Empezamos a investigar a todos los sobrevivientes y todos los lugares donde ocurrieron los asesinatos y la primera gran sorpresa, la primera revelación de que a los periodistas nos estaban mintiendo, era que nos presentaban a una víctima, nos decían que había una niña de apellido Riveros, Ana María Riveros, y nos decían: «Ella estuvo en el cuartel de investigaciónes y reconoció a Gubler». Todos los periodistas corrieron con este comunicado y siempre, hasta el día de hoy, han dicho que ella y otros más lo reconocieron. No llegó a pisar un cuartel de Iinvestigaciones para un careo y todos extraoficialmente o haciendo declaraciones decían: “No es el psicópata”.
Nunca habían reconocido a Gubler como acción policial. La policía no los había llevado y cuando alguno se había presentado a decir: «Oiga, ese que tienen detenido no es el que me violó» la policía no les hacía caso. Entonces esto no cuadraba. Una noche me llamó el director de La Tercera desde Santiago y me dice: «Mañana dedícate a pasarlo bien. Vete a la playa, o visita a tu novia. Haz lo que quieras pero no te preocupes por la portada porque ya tenemos una exclusiva mundial». «Ahh, ya, ¿sí? ¿Me puedes contar ?», les respondí. Y me responde: «Un cierto comisario que tú conoces (no me dijo el nombre) me citó para esta noche: nos va a vender por 25 mil pesos o 25 no sé, no me acuerdo la cifra, la primicia que Gubler se fugó de Chile y tenemos el pasaporte timbrado en la frontera por la policía de EEUU».
«Ahh, pucha, que buen golpe», le dije.
A la mañana siguiente efectivamente llamé a una ex novia mía que estaba casada, embarazada, que vive en Viña del Mar, y nos fuimos a almorzar al hotel Miramar. El almuerzo fue largo, hablamos mucho y cuando salimos a pasear nos fuimos, me parece por la calle Viana que es una paralela a la vía del ferrocarril, y de repente viniendo a lo lejos veo a una de las empleadas de la casa de los Gubler. Cuando la reconocí la saludé. Los periodistas estaban haciendo guardia frente a la casa de los Gubler así que a las empleadas las veíamos salir por el portón de los coches. Iban a comprar el pan, siempre estaban ellas y nos hablábamos. Entonces le dije algo así como: «Mercedita», se me ocurrió, le pregunté: «¿Qué hace usted por aquí?»
Me respondió con un «Nada, bien» y me dió poca bola, pero le dice a mi compañera, a la persona que va conmigo: «Señora Quenita, ¿para cuándo está el nacimiento?». Se conocían. La Quenita le contesta: «Hola, faltan dos meses». Y yo insistí: «Pero usted qué hace por aquí?».  «Nada, pues», contesta ella. Y agrega: «Le llevo un tecito, un termo con tecito y un sanguchito a don Luis». Y yo pregunto: «¿A don Luis padre?». «No, a don Luis. Al que ustedes le dicen el psicópata». Y yo insistí: «Pero si se fue a EEUU».  «No, si está trabajando en el piso piloto de un edificio de su propiedad que está construyendo», me responde ella.
La seguí y le digo a mi amiga: «Vuélvete al hotel. Llama a Alberto Guerrero (le di el numero directo de él) y dile que paren la edición, que me esperen, que estoy entrevistando a Luis Gubler que está en Chile». Por supuesto en el diario no le creían. Todo el mundo desesperado, alerta total. Mientras tanto yo llegué al piso piloto aquel. La empleada se desapareció. Entro y una secretaria me pregunta qué quiero. Yo le digo: «Soy Rubén Adrián Valenzuela». El solo nombre ya ponía nerviosa a las personas. Y agrego: «Quiero hablar con don Luis Gubler». La mujer me responde: «Está ocupado ahora, puede esperar? Yo digo: «Sí, pero sólo confírmeme si me va a recibir o no».
Entonces desaparece la secretaria y 30 segundos después ingresa un gorila a pegarme. «Qué hacís aquí hijo de la …»
Me sacó la madre y padre, la familia entera. Luis Gubler en persona. Y yo le dije: «Usted tiene todo el derecho».
«Que me venís a decir… que los derechos los tengo yo porque me los he ganado, porque soy ciudadano de este país. !Te voy a meter en la cárcel, h…, a ti y a tus jefes!, me gritó Gubler.
«Es que yo estoy convencido que usted es inocente», respondí y le argumenté: «Pero fíjese, ahora mismo a mi jefe le están vendiendo un pasaporte suyo donde dice que usted se fue a EEUU».
Me insultó como cinco minutos sin parar y al minuto seis me dice: «Ahora h… si realmente vas a decir que yo soy inocente ven a mi casa y se lo dices a mis hijos».  Empezó a caminar y yo estaba muy desconcertado. Observé a la secretaria quien me miró como diciendo: «Vaya, que no le va a pasar nada». O sea, ella creía mucho en él. Lo empiezo a seguir y él daba unas zancadas enormes. Y yo corriendo. Había un colegio donde estaban saliendo de clases y los chicos gritaban: «Ahí va el psicópata, que lo maten». Otros me aplaudían y decían: «Bien Rubén Adrián, está bien». En un instante Gubler se volvió y me dijo: «… En este infierno  me metieron ustedes. He tenido que sacar a mis hijos del colegio. No pueden salir a la calle porque los insultan. Todo esto me lo van a pagar».
Así descubrí que -además de que nos estaban mintiendo- estaban sacando dinero al diario. Resultado de aquello fue que llamé a Santiago y hablé con el Director. Cuando me atendió Blanca Orrego, la secretaria, me dice: «Rubén, estábamos desesperados sin saber de ti».
Me pasan al director y le digo: «Don Alberto, estoy en la casa de Luis Gubler». «No me estés hueveando». «Noooo», le respondo. Y en eso, paffff, Gubler me arrebata el teléfono: «Alberto Guerrero, soy Luis Eugenio Gubler Díaz. Soy el psicópata, según tu diario. Mira h…,  si quieres arreglar esto como caballero te espero dentro de dos horas en el restaurante Materraza». Restaurante que estaba muy de moda en esos tiempos en Viña. En dos horas aparecieron Alberto Guerrero, el hijo del dueño del diario, Germán Picó, el abogado Pérez de Arce, no me acuerdo si era Germán y Bernardo Pérez de Arce que era el Gerente General del Diario. Todos a reunirse con Gubler porque nadie creía. Incluso Alberto antes me dijo: «Dime alguna huevá que yo conozca, que sea en clave entre nosotros, para saber que no te están apuntando con una pistola y que te obligan a hablar, y yo voy a ir a una trampa». «No, es como te cuento», le dije. «Es que una mina estaba llamando para decir que te esperáramos», me contesta. «Qué queris h… publicar una portada falsa para que se ría todo el mundo de nosotros, aumentarle la indemnización a Luis Gubler y además agregarle lo del  pasaporte falso?», le dije finalizando.
Así, como primera medida, yo pregunto quién en mi lugar habría seguido creyendo que Gubler era culpable. Nadie.
Estos días en internet alguien colocó la entrevista que me hicieron en el estudio de Luis Gubler hijo y ahí yo cuento como fue mi encuentro con él.
Me dice: «Yo tenia 13 años, yo era el niño al que mi padre le pedía que le diga que creía en la inocencia de él». Y le pedí perdón, nadie me enseñó en la escuela de periodismo a pedir perdón, pero metimos la pata. Le dije: «Con tu padre nos equivocamos y cometimos un gran error: tu padre es inocente y tú tienes que creerle a él».

– ¿Y por qué culparon a Luis Gubler? Se colgaron de la declaración de la esposa ¿o fue una venganza contra él?
– Fue una venganza.

– ¿El padre de Gubler trabajaba en la Sudamericana de Vapores?
– Sí y era empleado no mas; no era el dueño. Era el apoderado, el director gerente en calidad de extranjero.
Aquella vez llamé a mi casa porque pensaban que estaba desaparecido. Hablé con mi esposa y con mi hijo mayor que ahora está muerto, quien me dijo: «Papá, escuché que estás en la casa del psicópata». «No sigas diciendo eso porque es un hombre que ha sido víctima de la policía de este país», le respondí. «Papá, lo va a entrevistar?», me pregunta. «No quiere darme la entrevista».
Gubler decía que si me daba la entrevista igual el diario iba a ganar dinero con él, pero no íbamos a convencer a nadie de su inocencia.

– O sea, al final no dio la entrevista.
– Sí, al final me dio una entrevista mísera, como 3 capítulos. Pero no en ese momento. Se transó luego de la reunión con Alberto Guerrero. Y ocurrió una cosa que casi nadie ni el propio hijo de Gubler la sabe.
Te quería contar de eso: Hace poco tiempo, el año pasado, en febrero, cuando murió Hugo Chávez, ese mismo 28 de febrero, yo tenía cita con mi médico en Barcelona. Ese día por una extraña circunstancia algo pasó. Apareció una radiografía de mi pulmón diagnosticando que yo tenía cáncer terminal. Un médico de cabecera, amigo mío de hace 20 años, me dijo: «No te preocupes mañana mismo empezamos el tratamiento». Le respondí:»No, no, ningún tratamiento. No quiero acabar como Hugo Chávez. Yo quiero morir entero».
Hugo Chávez tenia todos los millones de los dólares, del petróleo, de ser presidente de un país que lo domina todo, y murió con una no contranatura, inflando como un globo, calvo.
El doctor me dijo: «Y son 3 a 6 meses como mucho cuidándote».
«No, no quiero cuidarme», le respondí. Entonces estaba con ese estado de ánimo. Yo tengo un niño de 12 años. Yo siempre digo que soy padre soltero porque nos separamos con su madre al año de vida del niño. Y me fui muy hecho polvo a la casa pensando en cómo se lo digo al niño.
Abrí mi ordenador, voy al correo y me encuentro con un mensaje muy breve que decía: «Soy Luis Gubler Herrera, aquel niño de 13 años que un día tú le dijiste que su padre no era el psicópata. Desde entonces te estoy buscando para darte las gracias». Me eché a llorar toda la tarde. Entonces sentí que si me iba a morir, como periodista, sí había hecho algo bueno. Porque este chico me estaba buscando, 30 años después, para darme las gracias… Digo yo: a poco periodistas les habrá pasado una cosa igual. Esto está en internet. No veas tú los garabatos que me echan. Hasta compañeros de La Tercera me han insultado por decir que Gubler era inocente.

– ¿Ese examen, al final, no resultó cierto?
– Al final el examen era correcto. Luego lo miró una junta médica y decían que el diagnostico no podía ser otro. Pero se desapareció la mancha que tenía en el pulmón. Yo tengo un solo pulmón. Por eso que todo el mundo se asustó porque me apareció en el pulmón sano. Luego ya están un poco las convicciones personales porque aquel fin de semana yo estuve con el niño, ya que le tocaba visita conmigo.  Por sentencia judicial yo lo tengo los fines de semana cada 15 días. Yo he ido arreglando con la madre y lo tengo todos los viernes y parte de los sábado.

– ¿Usted es creyente?
– Humm… En todo caso no soy ateo. Soy libre pensador, como dicen ahora.

– ¿Y cómo interpreta que un diagnóstico cambie sorpresivamente?
– Bueno eso es lo que te estaba contando. Llegó el niño a pasar la noche conmigo y yo lo estuve sondeando: «Y tú qué harías si el papá tuviera que irse?», le pregunté. Pero no me atreví a decírselo. Y él estaba como en otra. Siempre me dice: «Tú vas a estar conmigo hasta que yo tenga 25 años». No sé por qué puso esa fecha. Ya llegaba la hora de irnos a la cama y me pidió ver la película de la noche conmigo. Entonces se instaló. Curiosamente aquella noche, por alguna razón inexplicable, se sentó y se metió a la cama por el lado derecho. Siempre se mete por el lado izquierdo. Yo le dije: «Al papá le duele un poco aquí, podrías hacerme algún masaje». Entonces puso las manos y se quedó con los ojos cerrados un buen rato sin decir palabras.
Mi médico dice que hay muchas cosas que la ciencia no puede explicar y éste es un caso. Posteriormente, en junta médica, me levantaron el diagnóstico, pero todo el mundo dice “si yo hubiera estado solo con el paciente y veo esto hago el mismo diagnostico”. No es que se estén protegiendo porque un reproche que le hacen al médico es haberme dado el diagnóstico ya que tenía que haberse quedado callado. Yo quiero creer que mi hijo tuvo alguna intervención porque no hay ninguna respuesta científica. Además me pasó la radiografía a mi email. La tengo. Y a quienes se la muestro decían: «Claro, esto es así».

– Es un milagro.
– Claro, la gente no quiere usar la expresión, pero sí. En el estado anímico en el que yo estaba cuando recibí el mail de Luis Gubler hijo, sentí que en ese momento mi vida se había justificado plenamente.

– ¿Esa es una de las grandes cosas que le ha dado el periodismo?
– Claro, el periodismo me ha dado muchas: más que experiencias, lecciones. Todo el tiempo trabajamos, incluso haciendo entrevistas como la que tú estás haciendo ahora y probablemente dentro de un año nos crucemos por la calle y ni te vas a acordar de mí, porque entrevistamos a tanta gente y es importante sólo en el momento en que estamos haciendo la entrevista y después desaparece de nuestra vida. Nunca nadie te va a decir que lo estás haciendo bien, y si lo hiciste bien siempre habrá quien te diga “pero”. Sin embargo, cuando a mi me llegó este mensaje y luego hablé por Skype con Luis Gubler hijo sentí que había hecho algo bueno. Que nadie me lo puede quitar.
Ese señor ha estado 30 años convencido de que había un periodista decente que fue capaz de reconocer un error y pedir perdón. No creo que lo diga de muchos otros periodistas…
En este país me duele que la gente sea tan rencorosa, incluso desde un punto de vista político. Veo a la gente vengativa. Había personas que cuando yo conté lo de Gubler me decían: “Le quitaste al pueblo la satisfacción de la venganza”. Todo el pueblo quería que él fuera, en la medida de que se lo creía cómplice de la dictadura, ignorando que fue el propio Pinochet quien permitió que detuvieran a Gubler con un decreto exento que sólo sale del Ministerio del Interior. El ministro, en cualquier régimen, si quiere mandar a detener a alguien que es amigo personal del gobernante no puede detenerlo sin antes decirle: «Señor Presidente, voy a firmar un decreto que ordena la detención de fulano de tal». Entonces ¿dónde estaba la amistad, de Pinochet al mandarlo a detener con un decreto exento? ¿Qué quiso el Comisario Lillo cuando le introdujo a Gubler una antena telescópica, de estas de coche, conectada a un generador de electricidad para quemarle los intestinos por dentro para que no quedaran huellas?
¿Por qué nunca ha dicho el Comisario Lillo qué sucedió cuando Gubler le iba a pasar su arma? De hecho no se la pasó porque Gubler le tenía miedo. Sabía que Lillo se la estaba buscando. Fue hasta la comisaría, se detuvo, dejó el coche afuera, y dijo: «En la guantera de mi coche está el arma que usted está buscando, que me pidió».
Porque Lillo  se había presentado a pedir la pistola en la casa de Gubler cuando Gubler estaba con unos amigos en un asado y entonces Lillo le dijo: «Tráigala». Gubler respondió:”No, no soy h… usted quiere que entre aquí en la comisaría con un arma  para acribillarme”. Tampoco se ha dicho eso. Entonces Lillo muy cabreado mandó a buscar la pistola, el revólver y disparó 4 veces sobre un aparato relleno de algodón para poder hacer las pericias legales. Disparó 4 veces y esas mismas 4 balas las mezcló con las que habían sacado de los cuerpos de las víctimas de los sicópatas.  El FBI norteamericano nunca indagó ni investigó balas producto de un suceso ocurrido en Chile.
La periodista -ahora fallecida pero amiga mía- Silvia Pinto viajó a EEUU con una nota mía. Una nota manuscrita mía donde yo le decía: «Pide que, de acuerdo con la enmienda que permite la libertad de información en EEUU, te digan si se hizo este peritaje», y le puse una clave que yo había sacado de un comunicado de un policía. Silvia Pinto fue y mandó la nota al FBI, la nota mía manuscrita, y no se la devolvieron. Esa es la nota que circula, la que se menciona en los informes.  Respuesta del FBI:  “No hacemos peritaje sobre asesinatos en el extranjero a menos que se trate de un magnicidio, como si mataran al Presidente”. Tal vez. Y segunda cosa que mandó a decir el FBI: “La enmienda es para periodistas estadounidenses; ningún sudamericano, ningún chileno, ningún peruano, puede pedir esta libertad porque no es para ellos”.
Todo el mundo, en todas partes lo dan como si fuera, pero ¿dónde está la nota del FBI que peritó esas balas?… En ninguna parte.

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Pinochet y los fantasmas 

El caos en el Faro del Apumanque es total. La gente camina presurosa como huyendo de una plaga. El Metro expulsa ciudadanos bien vestidos, huraños, hechos en serie, desde las catacumbas de una ciudad maligna. Miramos a lo lejos y entramos. A un búnker, a un café, a cualquier parte; pero tratamos de ponernos a salvo.

– ¿Ahora, el periodista debe arriesgar su vida en pos de la información?
– De todas maneras. Yo era amigo de José Couso, el cámara de Canal 5 que murió en la invasión de Bagdad. A partir de ahí mucha gente se ha hecho la pregunta: ¿Dar la vida por una noticia? Es que no es la noticia la que te está pidiendo que des la vida; es la opinión pública. La opinión pública que cree en ti, que confía en ti, y que de alguna manera te ha dado los medios para que tú estés allí. En aquel sitio donde no pueden estar miles de personas.

– Le iba a preguntar eso, pero lo estaba asociando con el Golpe el 11 de septiembre cuando saca la cinta del mítico discurso de Allende desde la radio Magallanes. Porque ahí usted recibe esquirlas de un disparo al tratar de llegar a la sede de la Democracia Cristiana.
– Me enorgullece decir que yo casi morí cumpliendo la orden del Presidente Salvador Allende. Él me pidió que fuera a la sede de la Democracia Cristiana.

– A hablar con Bernardo Leyton.
– A hablar con Bernardo Leyton; pero al mismo tiempo Allende me demostró, en ese momento, que era un ingenuo increíble porque estaban los tanques rodeando La Moneda y él quería que habláramos con Augusto porque creía que a Augusto Pinochet le habían tomado el nombre en el bando, que no era auténtico el bando. Yo espero que antes de morir se haya dado cuenta de que el traidor estaba  comandando la rebelión.

– ¿Ahora usted entrevistó a Pinochet?
– Sí; pero yo lo entrevisté circunstancialmente cuando ya era dictador en una de mis visitas a La Moneda. Nos conocíamos de Iquique. Él había sido instructor mío en un curso de corresponsales de guerra, y había viajado con él a Pisagua cuando estaba escribiendo La guerra del Pacífico, la campaña de Tarapacá y nos conocíamos mucho. Nos encontrábamos en la casa de mi primo Cacho Ascui, que era amigo de él. Aquel día ya convertido en lo que fue, en una de las escaleras de La Moneda, íbamos bajando y yo tratando de que no lo escucharan los otros colegas para que no hicieran mofa le digo:
– Presidente, ¿está buscando el fantasma de Salvador Allende?
– Ven acá, maricón- me dijo. Y me cogió el cuello. Hay una foto que está publicada en la contraportada de La Tercera de aquel día. Me hacían muchas bromas en el diario. Me decían: «Le vamos a mandar esta foto a tus amigos de izquierda». Esa vez Pinochet ordenó que todos se fueran, que se retirara toda la gente y nos dejaron solos y me reprochó que yo hacía escándalo de cositas pequeñas que pasaban en el gobierno; que las cosas importantes no las publicaba, y que me iba a cortar las pelotas… Debo admitir que yo nunca hubiera creído que Pinochet iba a llegar a ser General de División.

– ¿Por qué?  ¿Porque era muy limitado intelectualmente?
– Yo lo consideraba limitado. Era muy campechano. Lo encontraba buena persona cuando era demócrata. Algunas veces pienso que intervino para ayudarme sin que yo lo supiera. Porque cuando fue el Golpe, a la semana, yo le mandé una carta, de puro diablo ya que hacer eso era ser ingenuo, donde le reprochaba, recriminándole que traicionó la confianza de las personas que creían en él. Por mucho menos hay gente que está muerta. Él mandó la carta con un estafeta militar en un sobre que decía “Devuelta sin leer”.
La mandó a mi casa. Yo creo que eso de alguna manera fue en atención a sus años iquiqueños.

– ¿Y allí en La Moneda le respondió acerca si estaba buscando al fantasma de Allende o no?
– No contestó. Me apretó el cuello.
Cuando Pinochet murió yo escribí un artículo en un periódico muy importante de Barcelona, que sacaron en primera página que decía: “El dictador que me cogió el cuello”.

Del teatro al periodismo

Todavía no tengo la certeza, ¿me dijo que había estudiado teatro y que después había derivado en el periodismo?
– Claro.

Usted quería ser actor.
– Yo quería ser actor. De hecho debute en el Municipal. Debuté, porque ahora no me acuerdo como se llama el suplente, el actor que está por si falta el principal, y así pasó en una obra de teatro que se llamaba “Perdón, estamos en Guerra” de Alejandro Sieveking. Tuve un profesor al que nadie lo recuerda y lo he buscado en internet y no aparece y no entiendo como se puede olvidar de una persona tan buena y además tan bueno en lo suyo como don Emilio Martínez, que había hecho una obra de teatro que se llamaba “El Cielo semi perdido”.

– ¿Cuántos años tenía usted?
– Pues debo haber tenido 18.
Porque encontré por ahí una crónica del diario Clarín que hablaba de mí cuando tenía 19 y eso había pasado.

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Rubén Adrián y Carmen Balcels

– En la radio Magallanes, cuando nadie pensaba que iba a ser la radio histórica hasta que se transmitió el último discurso de Allende, trabajaba don Pablo Neruda como DJ de la poesía y su programa iba media hora antes que el mío, con tal que yo, entraba al estudio cuando él salía. Un día me lo encuentro en el pasillo y le digo con mucha pompa: «Mire don Pablo, maestro, en la tarde voy a poner un disco en homenaje suyo».  Se lo muestro. Él coge el disco y lo tira al suelo y lo comienza a patear. Calzaba como 46 y dijo: “Esto es una porquería, una basura” y señaló que Carmen Balsels, su representante en Barcelona, su agente literario, metía la pata al haber dado autorización para que grabara los 20 poemas de amor a un cantante español que se llamaba Manolo Otero. Le decían El Bello Otero y el disco era terriblemente malo. Porque decía: “Quiero escribir los versos más tristes esta noche…”con tono lento y acartonado. Pésimo. Entonces don Pablo estaba enfadadísimo.
Y me dijo: “¿Qué no lo sabe usted joven periodista?”
«No soy periodista don Pablo», le respondí.
«Bueno, pues si fuera periodista no habría cometido este error. No sabe usted que en la poesía hay silencios que son más importantes que un verso»- me espetó.
Le dije no me había enterado y me cogió de la mano y me metió a la sala de prensa, que a esa hora estaba libre. No había gente trabajando y nos sentamos.
Me preguntó: “ ¿Vas a vivir toda tu vida tocando discos de The Beatles y Elvis Presley? Le vas a hablar a tus hijos del rock and roll?»
«¿Y qué quiere que haga don Pablo?», le pregunté.
«Hazte periodista. Los periodista son los que forman opinión y le cuentan a la gente lo que los medios le ocultan», señaló.
Así que me cambié de carrera con gran disgusto de mi padre, que ya no le gustaba que yo fuera actor.

– … Menos periodista.
– Menos periodista. Decía que además de muertos de hambre eran todos unos… no me acuerdo la palabra, como aprovechados, sacando provecho de otros.
Entonces le dije a Neruda:
«Y cómo es un poema con un silencio en el verso y que el silencio sea el más importante?»
Me respondió:
«Conoces el libro Las manos del día?»
Le dije que sí porque acababa de comprar ese libro.
Entonces me dice con su voz:
«Y así, cómo podía
aspirar con razón a la grandeza,
si nunca fui capaz
de hacer una escoba,
una sola,
una?»

– Neruda era genial. Oiga, pasando a otro tema. ¿A quién le hubiese gustado entrevistar y nunca pudo? Entrevistó a mucha gente.
– Entrevisté a casi todos y además a gente que no han podido entrevistar, como por ejemplo a su Santidad Juan Pablo II en Ciudad de México. Una frase, una sola, pero era importantísima porque Chile estaba a punto de entrar en guerra con Argentina por las islas del sur:  Picton, Nueva y Lenox. Yo estuve formando parte del aparato de seguridad del Papa gracias a que me había comprado una piocha de agente de seguridad y gracias a que el que en aquella época era el Rector del Santuario Votivo de Maipú, el padre Allende, me puso al lado del Papa en el momento en que venia una avalancha de gente. El Papa cogió mi brazo derecho y avanzamos. Entonces me dijo: “Se está poniendo peligroso esto”.
Yo le dije: «Su Santidad, soy chileno. Una bendizione. Estamos a punto de entrar en guerra con Argentina por las islas y usted está mediando. Cómo cree que va a ser el fallo?». Él dijo: «Vediamo, Vediamo». Y en La Tercera, cuando yo les dicté desde México, pusieron «Mediamo, Mediamo».

– ¿Qué tiene el periodismo de antaño que no tiene el periodismo actual? Imagino que muchas cosas: más convicción, más ética.
– Bueno, claramente. Pero ahora veo que sólo hay afán de figuración. Que siempre lo ha habido, pero antes habían otros componente también.
Ahora quieren salir en pantalla. Y además destacarse por insultar.  Yo me acuerdo si uno tenía que escribir “hijo de puta” en tu página tenías que poner  hdp, y pobre que se te deslizara un poco más ya que venía el corrector, el redactor jefe, y te lo corregía.
Una amiga me decía el otro día que su hijo la insultaba, le sacaba la madre. Y cuando ella le pegó un bofetón en la boca el niño le dijo: «Pero si lo dicen en la tele».

Hay gente que ha dado su vida por el periodismo. A Pepe Carrasco lo mataron porque su lucha diaria, en el frente en que estaba, era poder dar las noticias. Darlas ya era revolucionario. Entonces no hemos ganado porque hay montón de noticias que no se están dando.

Ahora, si yo le doy algunos nombres usted me puede dar su impresión:

Mario Gómez López:
– Gran periodista. Gran amigo. Creo que, secretamente, siempre lo quise imitar.

Eugenio Lira Massi:
– Maestro de periodistas. Nunca he creído que un hombre tan vital como él se dejara morir de hambre en Paris. Creo que no se ha investigado suficiente su muerte.

Raquel Correa:
– Si me permites no quiero opinar de ella, entre otras cosas porque trabajé a sus órdenes y parece que  opinar mal de un muerto no está bien.

Julio López Blanco:
– Sin comentarios.

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Yo no soy partidario del aborto; hice un reportaje incluso en que puse en peligro a mi hija, que aún no nacía, colaboró mi esposa de aquel entonces y yo me convertí en una especie de campeón del antiaborto. Me invitaban a dar conferencias, pero no es que yo estuviera en contra del aborto. Yo era partidario de un aborto terapéutico limpio, digno, con todas las garantías para la madre. Tampoco soy partidario de que se mate a un hijo indefenso que no puede decir nada, ni siquiera opinar sobre su futuro.

Caso Calama

– Hace un rato atrás me hablaba del caso Calama. Leyendo las crónicas suyas en internet yo creo que hay dos momentos que son muy, pero muy, conmovedores: Cuando el padre de uno de los inculpados, de Hernandez Anderson le entrega el cassette con el poema
escrito por su hijo a pocas horas de ser fusilado.
“Enterrado en blanco nicho me encuentro/ Muerto sin estarlo…
“Aun no alcanzo a comprender/¿Tan equivocado estaba?/Parece que mi vida/toda un error fue/Ya nada queda/De lo construido por mi/treinta años de equivocación!/¿Cómo pudo pasar?”

-Y lo otro cuando le dan el tiro de gracia, ¿no sé si es a él o a Villanueva?- pregunto.
– No podría precisarlo.Yo siempre he tenido el recuerdo como si se lo dieron a Hernández Anderson; pero bien pudo ser a Villanueva.

– Independiente de eso: son dos momentos conmovedores. Con este padre que trata de salvar a su hijo en las últimas instancias.
– Claro. A mí lo que me llama la atención es esta manía chilena de ver a los muertos caminando en Paris o en Londres. Primero vieron a Hernández Anderson y su compañero y después vieron a los dos carabineros: Sagredo y Topp Collins. Yo me mato de la risa. Suponiendo que Sagredo y Topp Collins estuviesen vivos después de una farsa de intento de fusilamiento. Si estuviesen vivos no iban a salir juntos. Saldría uno primero y el otro después. O uno en el norte y otro en el sur. ¿Por qué este pueblo nuestro es tan imbécil? ¿Cómo se creen estas patrañas?
Yo tuve la ocasión, porque tenía un grado importante de amistad con la Ministra de Justicia de la época, Mónica Madariaga, de ver en su casa la cinta, el video en el que estaba la filmación del fusilamiento. Lo que no pudimos ver en el momento mismo de la ejecución lo vimos ahí: cuando la huella de sangre iba creciendo en el pavimento de la cárcel de Calama y la bala del tiro de gracia picaba en el suelo, levantaba esquirlas de cemento, rebotaba y se iba a estrellar contra los cristales de una galería en el segundo piso y los vidrios caían de un modo siniestro, con un sonido espantoso. Estaba todo el mundo conmovido.
Esa grabación la hizo Gendarmería para demostrar que todo era real. Sé que esta cinta, por lo menos la de Calama, la tenía Mónica en su casa, y la debe haber tenido hasta el momento de morir.

– ¿Esa cinta existe todavía?
– Existe todavía. Algún día aparecerá y alguien hará negocio con ella, pero yo sostengo además 30 ó 40 años después que Hernández Anderson no tenía legítimamente responsabilidad penal. No era el único responsable de estos crímenes. Lo habían mandado, estaba actuando en cumplimiento de órdenes superiores. Yo revelé en su día, nunca nadie me lo ha reconocido, que yo tenía razón, están ahí los diarios, que el mayor Delmas de la CNI: el jefe de Hernández Anderson, no se había suicidado, entre otras cosas porque era zurdo.

– Claro y aparecía con un tiro al lado derecho.
– Y en un sitio que era tan sospechoso como que estaba cerca del pozo o del foso donde habían ocultado el dinero. Luego no había dinero pero había un muerto.

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La cárcel por dentro

Entre diciembre del 80 y enero del 81 Chile estaba conmocionado con un reportaje. Rubén Adrián Valenzuela se hizo pasar por un reo y se adentró en las galerías de la Cárcel Pública de Santiago. Mes a mes se fugaban los detenidos y Valenzuela trató de descubrir qué sucedía. Descubrió eso y mucho más: corrupción, vejámenes e injusticias. Eso sumado a un golpe en la columna propiciado por un personaje recordado hasta el día de hoy: el cabo Orrego. El «cariñito» hasta hoy genera dolor en su espalda.

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– La cárcel por dentro fue el primer reportaje vivencial en Chile y en plena dictadura. Era muy peligroso. Casi una locura.
– Y desafiando a la dictadura porque Pinochet quiso cerrar el diario y afortunadamente dimos las  puntadas con hilo para que se pudiera garantizar que se publicaría el material y que no iban a haber represalias… Pero ello dio su fruto- señala Valenzuela.

– ¿Y descubrió porque se fugaban los reos? Porque ese era el leit motiv del reportaje.
– Yo siempre digo que fui a buscar a los malos al lugar equivocado. Porque los malos eran el aparato represivo que había creado «El Metro» que se robaba la comida, incluso, de los oficiales. Ni la comida de los presos llegaba.
A mí sin embargo «La cárcel por dentro» es un reportaje que me ha provocado, de alguna manera, un encasillamiento. Me emocionó más y me dio más satisfacciones el haber hecho de mendigo en el Centro de Santiago, ser expulsado de un café céntrico a patadas, y el haber escuchado con gran emoción que el Obispo de Chillán en la misa del domingo le había dicho a la gente que leyeran ese reportaje porque él no sabía si el periodista que había escrito el reportaje era cristiano, pero que no importaba porque había dado un testimonio profético. Hasta el día de hoy no sé lo que significa dar un testimonio profético, pero creo que es bueno.

– ¿Eso era como un relato de Nuevo Periodismo?
– Bueno, yo intentaba seguir los parámetros del nuevo periodismo.

– ¿Siguiendo a quién? ¿A Talese, a Tom Wolfe?
– Más Tom Wolff que Talese, a pesar de que luego los leí a todos a Kerouac, a Philip Roth. Curiosamente durante muchísimo tiempos aparecía mi nombre ligado a este grupo porque decían que yo era el único cultor del nuevo periodismo en America Latina. De pronto un día desaparecí y como yo tengo entendido que Wikipedia, se autoalimenta yo nunca he querido un auto bombo, ni he peleado, ni he querido escribir. Sé que hay mucha gente que querría que yo desaparezca.

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– Ahora lo otro que quería preguntarle: frente a todos los actos criminales, crueles de la dictadura, ¿usted considera de que era legítima la defensa del pueblo?
– Sí, absolutamente. Eso ya lo dijo la iglesia católica en su día: «El pueblo tiene derecho a rebelarse». Fue Cicerón el que dijo: “Nadie está obligado a obedecer a quien no tiene el derecho de mandar”.
Este era el caso. Yo acababa de aterrizar en Santiago de Chile cuando se produjo el cambio de mando y entonces yo veía la seriedad y solemnidad con que los que se iban y los que llegaban, todos, respetaban el ritual: había respeto por la bandera, la Presidenta nombraba ministros y éstos tenían que firmar y jurar sus nombramiento.  Yo nunca viví bajo el mandato de Piñera porque nunca lo había votado: como no estaba en Chile. Sólo leía lo que opinaban algunos. Pero veía con tanta pompa, con tanta solemnidad, como entregaba la piocha de O’Higgins, la banda presidencial, salía con cierto aire de dignidad y yo pensaba en qué momento sale un iluminado que agarra a todo el mundo a balazos, y dice: «Esto se acabó y ahora nosotros mandamos». Fue lo que pasó el 73: alguien metió a los militares en la idea de que ellos eran la reserva moral cuando son los más inmorales que hay sobre la faz de la tierra.
Militares hay en cualquier parte del mundo. Los estudiosos, los antropólogos, hablan de instituciones de entre muros. ¿Quién sabe lo que pasa? ¿Quién sabe lo que pasa al interior de un cuartel? ¿Por qué nunca dejan ver? ¿Por qué no hay puertas abiertas como en los colegios? por ejemplo. Para que se visiten los cuarteles. Si mal que mal a ellos les pagamos nosotros. Ellos que eran partidarios de la autosuficiencia ¿por qué no se compran ellos su metralleta? ¿Por qué no pagan ellos los cañones o sus tanques?

Entonces yo miraba esta ceremonia preciosa en Valparaíso del cambio de mando y pensaba «Esto es lo que ha sido siempre Chile». Si surgiera un iluminado que cree que él lo puede mejor pues que lo muestre por la vía del sistema: que se candidatee, que lo voten, que lo designen, que lo acepte un parlamento. No del modo que se hizo el 73.

-¿Pero es optimista o pesimista frente al futuro de este país?
– Yo te pediría de que me eximas de esta respuesta, entre otras cosas porque he vivido tanto fuera de Chile. Sé que Michelle Bachelet está bien intencionada, es una buena persona. Pero me extraña muchísimo verla desfilando frente a las tropas, revisando tropas con aires marciales y saludando con la mano en la frente como si fuera militar, me produce risa.
Espero que solamente hasta allí llegue su tropicalismo y que haga un gobierno en el que las aspiraciones de las grandes  mayorías, que son las más perjudicadas con este sistema, mejoren realmente. No como dijo el Ministro de Educación hace días: «… que hay aspiraciones de los estudiantes que nunca se verán satisfechas”. No era eso lo que decían durante la campaña. Yo querría ver que Michelle Bachelet, como mínimo, cumpla el programa. Creo que está bien inspirada pero el sistema es muy fuerte.

 

– ¿Cómo se ve el conflicto mapuche en Europa? ¿Hay noticias? ¿Se sabe?
– Hay pocas noticias y casi toda la opinión pública que hay es mayoritariamente favorable a los mapuches.

– He leído todas sus crónicas, todo lo que ha escrito en internet, y hay una sola cosa que no me la creo.
– ¿A ver?
– Es que Enrique Lafourcade le haya hecho 10 goles de penal al gringo Adolfo Neff ¿Es eso verdad?
– Busca en diarios de la época. Al día siguiente de haber fallado Caszely un penalty contra Austria en el Mundial de España 82. El productor de la idea fui yo y el que estaba muy picado conmigo era Neff. «¿Cómo puede un señor gordito y que en su vida ha jugado a la pelota marcarme 10 penales?», se preguntaba Neff.  Es que era muy fácil. Creo que hasta yo hubiera disparado bien.

– ¿O sea que Luis Santibáñez debería haber llevado a  Lafourcade y no a  Caszely?
– No necesariamente…

– ¿Está defendiendo a Caszely?
– Yo estoy defendiendo a Caszely, y es que Caszely ha sido mi héroe deportivo durante muchos años. Creo que Caszely falló deliberadamente el penal.  El dirá que no.

– Pero sumió al país en una tristeza…
– Pero cómo íbamos a estar celebrando un gol de la selección chilena en un Mundial cuando aquí nos estaban matando y estaban torturando a la gente en las cárceles.
Claro, ¿cómo se podía entender? Caszely tenía a su madre detenida y aquí no lo sabíamos. La dictadura tuvo secuestrada a la madre de Carlos Caszely. Yo he leído todo esto en Europa. Hay muchas cosas que acá no se saben.

– ¿Ya tienes lo que buscabas?- me pregunta Rubén.
Y yo me quedo pensando un segundo y le respondo:
– Sí. Es mucho más de lo que buscaba. Muchísimo más.

5 Respuestas a “Rubén Adrián Valenzuela

  1. Reblogueó esto en HIJXS . VOCESy comentado:
    – Pero cómo íbamos a estar celebrando un gol de la selección chilena en un Mundial cuando aquí nos estaban matando y estaban torturando a la gente en las cárceles.
    Claro, ¿cómo se podía entender? Caszely tenía a su madre detenida y aquí no lo sabíamos. La dictadura tuvo secuestrada a la madre de Carlos Caszely. Yo he leído todo esto en Europa. Hay muchas cosas que acá no se saben.

    – ¿Ya tienes lo que buscabas?- me pregunta Rubén.
    Y yo me quedo pensando un segundo y le respondo:
    – Sí. Es mucho más de lo que buscaba. Muchísimo más.

  2. Ruben Adrián valenzuela…leí todos tus artículos , tenía yo 20 años…hoy paso los 50…y si en ese entonces te creí …hoy ya no te creo NADA…eres un mercenario del sensacionalismo…que bueno que estés en España…quedate allá…( mira que cada vez que te ocurría un acontecimiento…te encontrabas sólo tú y el huevon de turno)

    • Amigo y excolega Ruben Adria Valenzuela, ,años han pasado , y me alegro por tu exitosa carrera, nunca fui un admirador,de tu periodismo, pero lo acepte en su momento por ser compañero del mismo medio periodistico que compartimos. A ti siempre te importo ,en tus reportajes la Fama mas alla de ser un comunicador. en su epoca , muchos colegas hacian ecos de las palabras que te envio despues de tantos o treintatantos años que comparti algunos reportajes.. por nombrarte, La Carcel por dentro y Como se hace un Mendigo, en todos tus escritos y recuerdos de tu fama jejejejeje , nunca nombras . a quien fue parte de tu hazaña ,yo estaba detras de la camara que te dio prestigio,.reconocimiento periodistico y fama , un tu Face veo imagenes mias , a pesar de los años te veo muy bien y un saludo para ti .. Guillermo Escudero Lee ( EL LOCO ESCUDERO )

  3. Amigo y excolega Ruben Adria Valenzuela, ,años han pasado , y me alegro por tu exitosa carrera, nunca fui un admirador,de tu periodismo, pero lo acepte en su momento por ser compañero del mismo medio periodistico que compartimos. A ti siempre te importo ,en tus reportajes la Fama mas alla de ser un comunicador. en su epoca , muchos colegas hacian ecos de las palabras que te envio despues de tantos o treintatantos años que comparti algunos reportajes.. por nombrarte, La Carcel por dentro y Como se hace un Mendigo, en todos tus escritos y recuerdos de tu fama jejejejeje , nunca nombras . a quien fue parte de tu hazaña ,yo estaba detras de la camara que te dio prestigio,.reconocimiento periodistico y fama , un tu Face veo imagenes mias , a pesar de los años te veo muy bien y un saludo para ti .. Guillermo Escudero Lee ( EL LOCO ESCUDERO )

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